En mi casa, mi mujer manda? Es una frase que muchos han repetido como si fuera un mantra de sabiduría, pero la verdad es que no se trata de amor ni de respeto mutuo, sino de una estrategia para evitar conflictos. Callar para mantener a alguien feliz no crea paz, solo genera una ilusión de paz, porque lo que se guarda debajo de la alfombra no desaparece, solo se acumula. En relaciones donde el hombre se convierte en un proveedor silencioso, siguiendo órdenes para mantener la calma, se pierde el equilibrio. Él empieza a sentir que no es parte del matrimonio, sino un sirviente cuya única recompensa es sexo o una aparente tranquilidad. Esto genera resentimiento, y con el tiempo, ese resentimiento explota, muchas veces destruyendo matrimonios que parecían funcionar. Por eso, este dicho debe evolucionar. No puede ser ‘en mi casa, mi mujer manda,’ sino ‘en nuestro hogar, ambos somos felices,’ porque la verdadera paz y felicidad se construyen desde el respeto, el amor y la equidad, no desde el silencio de uno y la satisfacción del otro.
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